Signos de alerta neuropsicológica en menores de 3 años
En el ámbito de la atención temprana, la observación cuidadosa de los primeros años de vida de los niños es crucial, porque detectar a tiempo es sinónimo de intervenir mejor.
En este sentido, la neuropsicología orientada al ámbito infantil ofrece herramientas valiosas para identificar señales que, aunque pueden ser sutiles en ocasiones, pueden anticipar dificultades en el desarrollo que puedan dar la cara más adelante. Comprender estos signos de alerta no implica etiquetar ni diagnosticar precozmente, sino asumir una mirada preventiva y orientada a la intervención oportuna.
Los primeros tres años de vida constituyen una ventana de neuroplasticidad única. Durante este período, el cerebro infantil se encuentra en pleno proceso de maduración estructural y funcional, siendo altamente sensible tanto a las experiencias enriquecedoras como a los factores de riesgo a los que se pueda ver expuesto. En este contexto, la detección temprana de señales atípicas permite no solo comprender mejor el perfil de desarrollo del niño, sino también diseñar intervenciones específicas que promuevan trayectorias más adaptativas para él.
¿Qué signos pueden indicar la necesidad de una evaluación neuropsicológica en menores de 3 años?
- Desregulación emocional frecuente: se observa en niños que presentan rabietas intensas y desproporcionadas ante estímulos cotidianos. Estas crisis pueden extenderse en el tiempo y no ceder, incluso con la intervención de un adulto contenedor. Es importante distinguir entre una expresión emocional esperable para la edad y una desregulación persistente que interfiere en la exploración del entorno o en la vinculación con este o con otras personas.
- Escasa atención sostenida: aunque la capacidad atencional en los primeros años es muy limitada, cuando un niño muestra una marcada dificultad para mantener la mirada, seguir un objeto o participar en una actividad por más de unos pocos segundos, de forma constante, esto puede ser indicio de una alteración en los procesos atencionales o de un desarrollo cognitivo atípico, lo que puede desembocar en dificultades en otros ámbitos de su vida.
- Retraso en el lenguaje receptivo y/o expresivo: cierto comportamientos como no responder al nombre, no seguir instrucciones simples o no usar palabras al momento esperado para su edad, pueden ser señales relevantes de que nos encontramos ante posibles alteraciones. La adquisición del lenguaje implica no solo el aspecto de producción verbal, sino también la comprensión, la intención comunicativa y la interacción social. Una evaluación neuropsicológica permite diferenciar entre un retraso simple del lenguaje y un trastorno más complejo, como un trastorno del desarrollo del lenguaje o del espectro autista.
- Juego pobre o estereotipado: la ausencia de juego simbólico (como, por ejemplo, fingir dar de comer a una muñeca), la escasa creatividad al interactuar con objetos, o la preferencia exclusiva por actividades repetitivas (alinear coches o figuras, girar ruedas, mirar objetos en movimiento de forma insistente), son señales que necesitan ser exploradas más a fondo por profesionales, ya que pueden estar relacionadas con dificultades en la áreas como la flexibilidad cognitiva, la imaginación o la interacción social
- Bajo interés por el entorno social: la limitada respuesta a gestos sociales (como saludar o imitar a los demás), el escaso contacto ocular y la dificultad para establecer vínculos con adultos o iguales, pueden reflejar alteraciones en el desarrollo socioemocional del niño. La observación en contextos naturales, como el hogar, el parque o en consulta, puede ofrecer información clave para comprender la calidad del vínculo y la capacidad de respuesta social del niño.
Estos signos, en sí mismos, no constituyen un diagnóstico como tal. Sin embargo, su presencia persistente, o la combinación de varios de ellos, justificaría la elaboración de una evaluación neuropsicológica más detallada. La evaluación que se suele llevar a cabo en esta etapa se enfoca en describir el perfil neurocognitivo, emocional y social del niño, identificando tanto fortalezas como áreas vulnerables de este.
Los profesionales de la salud, la educación y el desarrollo infantil cumplen un rol central como primeros observadores de estos signos. Su sensibilidad para registrar cambios, conductas atípicas o desviaciones del desarrollo esperado, puede marcar la diferencia entre una intervención precoz y un abordaje tardío.
En atención temprana, el tiempo es un recurso terapéutico. Cuanto antes se identifiquen las necesidades del niño, mayores serán las posibilidades de acompañar su desarrollo de forma efectiva, adaptando los entornos y generando oportunidades de aprendizaje significativas.